Lana del Rey, la gran estrella de Primavera Sound

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El glamour de la decadencia se puede encontrar en las historietas tragicómicas de la vida corriente y moliente. Nos lo recordó el jueves por la noche Jarvis Cocker en la apoteósica reaparición de Pulp en el Primavera Sound, un concierto para la nostalgia y la diversión. El glamour que puede haber en la decadencia y la perdición también fue protagonista en la jornada del viernes del festival barcelonés, pero con un estilo musical y un enfoque muy distintos, durante el deslumbrante concierto de Lana del Rey. Su música tiene la opulencia y la estética legendaria de un sueño/pesadilla de Hollywood, cada canción es como una hermosa superproducción sobre la lujuria, el desengaño, el exceso y el aroma perturbador de las fantasías autodestructivas. Es suave, es elegante y transmite un dolor extrañamente atractivo.

A la hora del ocaso, cuando la noche se cerraba como un párpado, la gran jefa de las mujeres fatales del pop actual apareció como las divas: 25 minutos tarde. Espléndida entre el griterío, más lánguida y lenta que nunca, cobijada por un escenario que evocaba el enrejado de un jardín abandonado (decadente) con dos balcones, se dejó acompañar por todo el público al cantar West Coast y Doin’ Time, durante la que a las bailarinas y el grupo y las toneladas de atrezo se sumó una brillante y enorme motocicleta. El coro colectivo alcanzaba el estruendo con Summertime Sadness, que hacía apenas audible la voz de la propia Lana del Rey.

El montaje era ambicioso y cuidado, con innumerables detalles en los que perder la vista, pero pronto descubrimos que el mejor complemento del show era el trío de coristas que arropaban constantemente las voces de Lana del Rey con un delicado y hermoso colchón angelical. Fue evidente en Chemtrails Over the Country Club, en la que la cantante ofreció sus mejores gorgoritos, en una interpretación particularmente suave de Did You Know That There’s a Tunnel Under Ocean Blvd con un océano de violines, y sobre todo en The Grants, que comenzó con las cuatro voces a capella: algo precioso.

Eran baladas que cantaba como si pudieras sentir el calor de su aliento entrando en el oído y penetrando en el cerebro hasta envolverlo en una nube un poco mareante. El parque de atracciones que es un macrofestival no parece el espacio idóneo para una experiencia tan íntima y misteriosa, pero la enorme masa humana concentrada este viernes en Primavera Sound, casi las 75.000 personas del aforo completo, se entregó al sortilegio. A veces demasiado: en Bartender, más susurrada que cantada, de nuevo la voz quedó enterrada por la emocionada muchadumbre. Muchas asistentes iban más que predispuestas de antemano, preparadas con outfits inspirados en el vestuario de la cantante neoyorquina. Lana del Rey no tiene un fandom tan poderoso como su muy buen amiga Taylor Swift (nadie lo tiene, en realidad), pero sus seguidoras vivieron la experiencia del concierto con la misma intensidad dramática.

Las canciones de Lana del Rey han ido adquiriendo más complejidad y riqueza durante una productiva carrera de 14 años. A lo largo de nueve álbumes, el éxito mundial no ha conducido su música a un terreno más popular o estándar, sino que la ha hecho más ambiciosa artísticamente y más personal. La cantante y compositora apareció con su primer álbum como una figura dubitativa al borde del estereotipo, y así se mostró también en sus primeros conciertos en Barcelona y Madrid en 2012 y 2013, pero con firmeza ha construido un personaje rotundo y complejo, rico en matices y claroscuros envueltos en estética retro. Desde su posición de gran estrella americana, ha consolidado su carisma y su fortaleza sobre la base de una feminidad herida y melancólica, aunque poderosamente independiente.

En el repertorio no predominaron las canciones de su magnífico último álbum, Did You Know That There’s a Tunnel Under Ocean Blvd, que publicó el año pasado (ya tiene otro listo para lanzar tras el verano). En vez de eso, fue directa al grano con un grandes éxitos que satisficiera a sus fans, al mismo tiempo que seducía al variado público del festival.

Se sucedían canciones como Cherry, Born to Die y Ride (en un columpio circular decorado con helechos), que nos recuerdan que perder no solo es más habitual en la vida que ganar, sino más lógico, y que incluso cuando tenemos esperanzas de ganar, lo que hacemos es huir de nuestro miedo a perder. Entre los momentos más apoteósicos de la noche estuvieron Video Games y la pieza de despedida, Young and Beautiful, que interpretó con una larga cola de tela vaporosa que al final desplegaron sus bailarinas, magnífica en su desarrollo melódico y con un arreglo final de jazz estilo Nueva Orleans.

Una pena el retraso en la salida de la starlette, que restó esos 25 minutos a su actuación, la más esperada en la segunda jornada del festival barcelonés.

Una lección de baile con Troye Sivan
El aire húmedo que recibió a Lana del Rey estaba cargado de lascivia por la anterior actuación de Troye Sivan, que transformó el festival en un gigantesco discotecón.

El cantante australiano se dio a conocer hace una década, pero reparte su carrera musical con la cinematográfica y la televisiva, y eso explica que su tercer álbum fuera una especie de revelación: Something To Give Each Other fue uno de los grandes discos de dance-pop de 2023, una colección sexy de electrónica actual con abundantes referencias al pasado, entre el electro, el house noventero, el synth-pop y el hyperpop. Canciones homoeróticas sobre relaciones buenas y malas, pero sobre relaciones casi todo el rato, a todas las horas y en todas las posturas. Su muy calentorra actuación junto a un cuerpo de baile en modo boy band explícita contó con la colaboración del español Guitarricadelafuente en una muy celebrada In My Room y acabó como debía: con su megaéxito Rush, una de las canciones más contagiosas del año pasado, que culminó una hora de baile multitudinario y pegajoso.

De Yo La Tengo a Rels B
Y en medio de la tarde, un reencuentro especial: Yo La Tengo. Bien, ¿cómo explicarlo? El asistente veterano de este festival, el público indie de toda la vida que pasó su adolescencia o juventud en los años 90 escuchando el rock poliédrico y zumbante de Yo La Tengo y que aún circula por el Parc del Fórum cada año un poco más calvo, un poco más arrugado, tenía en frente una vez más al talentoso trío que es la quintaesencia del viejo rock alternativo, un grupo que literalmente ha tocado más de 50 veces en España y que, literalmente, nunca lo ha hecho mal. El tiempo ha pasado por su música, pero su música pasa del tiempo, como explica con vehemencia el título de su último disco, This Stupid World: este mundo estúpido.

El artista español más importante de la jornada fue Rels B, que eclipsó en su misma franja horaria a The National, emblema del pop indie de EEUU. El mallorquín puso a bailar a unas 10.000 personas en su estupendo concierto mezclando música urbana con dancehall, funk, pop y algunas canciones de impulso dance. El rapero ha construido concienzudamente su imperio sobre las melodías y de hecho llega a mostrar melismas de cantante melódico, pero con sonido actual.

Como Yo La Tengo, The Last Dinner Party también recordaban otro tiempo, el del pop-rock británico de los años 80 y 90 con ambiciones, picardía, grandeza, coartada arty y grititos. Solo que por edad, ellas podrían ser nietas de Yo La Tengo: el jovencísimo quinteto, ampliado a sexteto con un batería, tiene canciones muy resultonas e incluir la palabra party en su nombre es muy consecuente. Compensaron su inexperiencia con descaro.

En un festival con 15 escenarios simultáneos y más de 60 actuaciones programadas durante 12 horas es posible ver casi de todo. Casi consecutivas se sucedieron Joanna Sternberg y Ethel Cain, dos jóvenes cantautoras estadounidenses, de estilos distintos, con una particularidad: ambas padecen trastorno de espectro autista. Sternberg actuó en el enorme Auditori del Fòrum sola con su guitarra y un piano, y aunque es tentador comparar su estilo inocente y conmovedor con el de Daniel Johnston, recordaba sobre todo a la generación del ‘antifolk’ de hace dos décadas. Cain, con una camiseta de apoyo a Palestina y una intensidad interpretativa que recordaba a Sinéad O’Connor, estaba acompañada de banda de rock, en algunas canciones al ritmo lento y minimalista del ‘slowcore’. Sus canciones espirituales y súper intimistas tuvieron el peor escenario posible, uno de los más grandes a media tarde a pleno sol.

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